“Cada vez que leo que
alguien habla mal de mí me pongo a llorar, me arrastro por el suelo, me araño,
dejo de escribir por tiempo indefinido, el apetito baja, fumo menos, hago
deporte, salgo a caminar a orillas del mar, que, entre paréntesis, está a menos
de treinta metros de mi casa, y les pregunto a las gaviotas, cuyos antepasados
se comieron a los peces que se comieron a Ulises, ¿por qué yo, por qué yo, que
ningún mal les he hecho?”
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